LOS FESTEJOS DE JULIÁN

Por Daniel Casas

23 de agosto 2024

En noviembre de 1997 con mi mujer cometimos la osadía de irnos 45 días a Europa con nuestros dos hijos, por entonces de 5 y 2 años. Era nuestro primer viaje, queríamos ver todo, pero teníamos que atender a los niños y sus niñeces.

Tras unos días en Roma llegamos a Florencia, donde luego de turnarnos para admirar el Baptisterio, ingresamos en la catedral, ícono mayor de la ciudad. Por entonces no había que pagar entrada ni hacer interminables colas.

Arrobados, cada uno con un crío de la mano, tratábamos de que no se nos escapara nada, ni la pintura del Dante ni el interior de la magnífica cúpula.

Pero el que se nos escapó fue el menor, Julián, que había observado muy interesado cómo una señora sumaba una pequeña vela roja encendida a un precioso candelabro múltiple donde había aproximadamente otras 30 ofrendas a la virgen.

De pronto escuchamos la vocecita de Juli, que cantaba “a pumpa pilí” y se esforzaba por apagar todas las velas de un soplido, mientras aplaudía.

Los toscanos no son muy simpáticos con los niños, pero el señor de seguridad, que portaba unos bigotes importantes, se llevaba el premio a la mala onda. Encima, Juli se autoaplaudía y nos miraba como diciendo “¡estuve bien, eh!”, así que estábamos a medio camino entre decirle que eso no se hace y darle un beso por el derroche de ternura.

El tipo, sin elevar la voz, pero en un tono masticado, seguía retándome. “¡Ma é un bambino!”, lo corté con mi cocoliche y lo dejé hablando solo para recorrer raudamente lo que nos quedaba por ver.

El tema es que, como al salir nos agarró un ataque de risa, Julián interpretó que su espectáculo era un éxito y estuvimos el resto del viaje atajándolo para que no volviera a apagar candelabros con su versión del “que los cumplas feliz”.

Es el día de hoy, con el niño próximo a cumplir 29, que cuando apaga las velitas en el festejo familiar le cantamos el “A pumpa pilí”.